sábado, 30 de julio de 2011

El pez

Yo no quería que muriera, simplemente sucedió. No podía, no puedo controlarme. No necesito atención. Por favor, mi mente exhausta reclama al líder.
Un bosque, un pantano, un techo, todo lo que necesitaba para que la inspiración quedará registrada. Sólo faltaba el desahogo del fin del mundo (o del principio) pero nunca nadie me lo quiso dar.
No puedo comprarlo, no puedo pagarlo. Ese sonido no era para vos.
Las apariencias no engañan, confirman. Me duele mi puño y no quiero pintar la pared. Me arrastro.
Disfruto. Qué placer puede darte la soledad.
Subjetiva soledad.
El escritor me observa, se ríe, pero yo sé que siente lástima y a la vez admiración. Quiere ser como yo, quiere entenderme, quiere escribir sobre mi. Debo permitirlo? Me río a carcajadas y su expresión facial se transforma aunque quiera disimularlo. Ahora se siente atraído, se deja llevar y quiere consumirme, siente pasión, está fuera de sí. Quiere estrujarme, quiere tenerme y quiere asegurarse de que siempre le perteneceré.
No quiero escapar, su aprecio me hace desearlo, el terror se esconde pero quiere ser encontrado.
Lo embriagó mi enfermedad, quería mimetizarse conmigo. Lo hubiera dejado, pero no es parte de mi ser.
Redactando los sucesos se cayó y se murió de placer. Cualquier criatura racional lo hubiese odiado. Yo no.

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